El 2 de diciembre fue un día profundamente simbólico. Un grupo de cien patriotas lealistas se encaminaron a la sede central de la CUP con el fin de decirles cara a cara, que las calles no son suyas. Una organización con diez parlamentarios autonómicos, sólo pudieron congregar 300 afiliados para proteger su sede. Un fuerte cordón policial mantuvo a los dos grupos en liza a distancia.
Lo dicho. Este acto era muy importante y marcó un nuevo hito en la catalanidad hispánica. La CUP nunca se convertirá en una matona HB capaz de atemorizar a los demás. Si ellos se vanagloriaban de sus escraches contra el PP como una manifestación democrática, ahora van a empezar a probar su propia medicina.